miércoles, 20 de enero de 2010

Barro

Caminaba con las manos llenas de barro de la ciudad en la que siempre llueve; al este de la frontera, al sur del país, tierra adentro hacia el norte de las columnas de Hércules. Dejaba su rastro marrón por los escaparates cerrados a cal y canto. Se detuvo delante de un maniquí que parecía mirarlo como si lo conociera de toda la vida, le sostuvo la mirada desafiante. "Es sólo un maniquí", se dijo antes de volver a caminar, dejando su brazo izquierdo hacia atrás, rozando las paredes, manchando el orden nocturno. Llovía, aunque no tan copiosamente como acostumbraba durante las semanas anteriores. Los perros ya salían a buscar en la basura, y los gatos huían de su olor. Arrastraba los pies y estropeaba cada charco que encontraba, llenándolo de sus suelas. "Trabajo hecho". Llegó al final del túnel, siete de siete; escalera de gotas de sangre, terminó la partida. Ahora se permitía fumar, y fumaba con su mano derecha recorriendo el camino hasta sus labios de manera mecánica; el tabaco no sabía igual. Muerte. La muerte da sabor a su suicidio cancerígeno. Muerte. Muerte.

Se paró en seco, abrió la boca buscando gotas; pero ya no llovía. Ella estaba allí. Silueta de siluetas, el recorte de su cuerpo oscurecía el final del callejón. Goteaba agua la falda, que debía pesar varios kilos más. Él se encendió otro cigarrillo, se acarició la cara con la mano embarrada, y se acarició la herida del brazo: sintiendo un dolor agudo que taladró si hipotálamo; estaba vivo. El humo se mezclaba con su vaho, perdiéndose ambos en la niebla que empezaba a bajar de las nubes. Ella había cambiado el tiempo. Caminaba delante de él, de espaldas, desorientada, vagabunda. Era su oportunidad. Silencioso se colocó tras sus pasos: izquierdo con izquierdo, derecho con derecho. Alzó la mano izquierda, estiró el dedo índice... dos toques en el hombro, una mirada perdida correspondida con una sonrisa de sus labios, y otra vez la muerte tendría trabajo esa noche. Pero a veces los muertos hablan antes de morir, y matan al asesino:
- Que tarde vienes- dijo Alenne. y paró el corazón de él.

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