viernes, 4 de diciembre de 2009

Café

"¿Habrán encontrado ya el cuerpo?" Se decía en pensamientos mientras removía su café. Su segunda droga favorita. Los hassassins fumaban hachís antes de matar, los ponía en comunión con su dios de la guerra. Él tomaba café. No es lo mismo, pero lo importante es la relajación previa a arrancar una vida con suavidad. Sin torturas, la ética y la moral por encima de todo. "Morir es bonito, la gente solo detesta la muerte cuando se la quitan, cuando no depende de ellos mismos." El café le quema los labios, aunque con una dificil mueca de dolor es capaz de apartar el calor de su lengua.

Y ella volvió a aparecer en la televisión, un plimer plano precioso. Un golpe contra el suelo, trozos de taza saltando por los aires. Consiguió contener el grito en el último segundo, aunque no las lágrimas de odio. "¿Cómo consigues ser tan perfecta?" Intentó acercarse al televisor a gatas, esquivando café y cristal; aunque el timbre se lo impidió. Con un acrobático movimiento se puso en pie, y rápido pero sin correr abrió la puerta: una morena, alta y de ojos verdes esperaba asustada a que alguien le abriera.

-Perdone, señó, verá... mi coche, mi precioso coche rojo... que... que me lo han robao. Me preguntaba si podría ayudarme. Que llueve. Pero llové de llové, de que se cae el cielo en mi cabeza.- Le lanzó una mirada rápida a la muchacha, en verdad era bonita. No intentaba esconder esa sonrisa que seguro que otras muchas veces le habría salvado de algún aprieto. Tenía cara de pilla, de saber más de lo que aparentaba.

-Tranquila pequeña, la lluvia no es mala. Yo te ayudaré, no tengo nada mejor que hacer. ¿Quieres un café? Acabo de romper una taza, pero tengo más... yo me tomaré otro.- Intentaba ser amable, pero el regustillo de café le subía por la garganta. Sentía su oportunidad; un café y luego, luego él ya sabía qué pasaría.

-Muchas gracias, me llamo Ener...- La interrumpió con un simple gesto de su mano. No le interesaba saber su nombre, estaba ansioso de recoger sus siete gotas, su último aliento.

-Pasa, hoy es un buen día para un café y fumar...

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Su primer último aliento

"Delicioso" Decía mientras intentaba colar sus palabras entre las "oes" formadas por el humo. Su postura en la silla daba a entender que se sentía agusto: la pierna derecha encima de la izquierda, formando un ángulo recto, una mano sobre la rodilla más elevada y el culo echado hacia delante. Antes de tirar el séptimo cigarrillo en media hora se agachó sobre el cuerpo. La séptima quemadura post mortem, la última gota de sangre quemada sobre el cuerpo inerte. Le gustaba considerarse un artista en su trabajo, nada de juegos fáciles; siempre innovando. Nunca tatuaba en el mismo sitio, ahora tocaba en las mejillas. Parecía que la muerta lloraba de verdad: los ojos cerrados y la boca en una mueca forzada de dolor. Su cuerpo estaba ya frío, las piernas estiradas simulando una posición normal, las manos sobre el pecho y el pelo alborotado.

Cerró la puerta con cuidado, dejándolo todo en su sitio. Bajó las escaleras de los cuatro pisos volando, de cinco en cinco los escalones girando los rellanos con uan mano en la barandilla y los pies en el aire. Silbaba para sus adentros las canciones que le servían para conseguir la paz interior que tanto ansiaba. En el portal se subió la bufanda, metió los puños cerrados en los bolsillos del pantalón y se puso a andar. A una distancia considerable regaló su paquete de tabaco a alguien que le pidió un cigarrillo. Sólo fumaba para matar, y luego siempre lo regalaba; costumbre. En sus ojos seguía manteniendo viva la expresión de aquella muchacha cuando se dió cuenta de lo que pasaba, cuando vió los ojos verdes de él sobre lso suyos marrones. No se permitía sonreir, no podía mostrar emoción alguna, era un profesional que trabajaba solo. "¿Cuánto tardarán en llamar a la policía?" Estaba ansioso. La primera vez que lo hacía, y la primera vez no siempre duele. Estaba satisfecho de su trabajo, de su control de la situación.

En realidad su crímen era por amor y por odio. A partes iguales. La culpa la tenía la muchacha, por su físico; nadie le mandaba parecerse tanto a su Alenne. Buena terapia había encontrado, buena seña de identidad sus siete gotas de sangre. Siete, el número mágico. Seis las que quedaban vivas, sin saber qué, quién, cómo o cuándo él las elegiría. Con los dedos recorría el frasco de cristal con las verdaderas siete gotas arrancadas de su cuerpo cuando estaba todavía con vida. De la lengua. "He besado muchas bocas, pero ninguna habla mi lengua" Y ella tampoco, y por no arrancarle su vida y sus siete gotas, Alenne seguía viva. Era un asesino cobarde.

Abrío la puerta de su casa, tocaba dormir. Música de fondo y en paz. "No ha sido mal día, en realidad era preciosa. Me alegro de haber tenido su último aliento en mi botella, de haber visto apagarse esos ojos castaños. Buenas noches, como quiera que te llamases, hoy dormiremos juntos"