jueves, 10 de diciembre de 2009

Ruíquez

El sargento Ruíquez nunca fue un policía competente. Era la viva imagen del enchufe: hijo de un alto cargo policial de los años 80 y hermano del alcalde. Era común verlo fuera de la oficina, vagando solo por la calle, entrando en tiendas y salir con las manos llenas. Derrochaba el dinero en regalos para su mujer: la que fue su gran acierto. Hombre de familia, responsable y trabajador; aunque inútil para cualquier tarea y fuertemente influenciable por las opiniones ajenas. Se colocaba las gafas delante del escaparate de una tienda de moda, recibiendo golpes de todas las mujeres que intentaban entrar a la fuerza para comprar algo. Nadie reparaba en él. Nadie nunca había eperado nada grande de ese personaje bajito y con cara de bobo.

Asía fuerte contra su pecho la bolsa. Un bonito sombrero y unos tacones color sangre que había comprado. "No se lo esperará...espero. ¿Y si no le gusta?, sí le gustará, a mí me gusta. La intención es lo que cuenta, y yo voy con mucha intención; hoy le saco más de una sonrisa con esto seguro. ¿Aunque si tiene la regla... con ese humor de perros que tiene siempre... ¡No, le gustará, estoy casi seguro!" pensaba delante del escaparate, emanando esa inseguridad tan suya. Obseso de los detalles y de quedar bien, deja pasar a los coches cuando se paran y él tiene que cruzar con el semáforo en verde. Cuando salió de su ensimismamiento y se dispuso a andar algo se lo impidió. Un golpe fortuito y de culo contra el asfalto. Echó la vista hacia arriba y vio que nadie se paró a preguntarle cómo estaba. El agua se le colaba entre los zapatos cuando se irguió; intentó decirle algo, algún insulto a áquel individuo de abrigo negro y pelo castaño. Pero era un cobarde. Además, ya le estaban insultando: una mujer de mala fama, de insunuante escote, lo ponía a caldo. "Se lo merece el mamarracho este"

"Llegaré tarde a la cena, Alenne no se esperará lo que le tengo preparado" se decía mientras aceleraba el paso y los pies se le entumecían de frío y agua. Volvió a colocarse las gafas y se apretó más la bolsa contra el pecho. Tenía ganas de ver ya a su mujer, de verla sonreir.

martes, 8 de diciembre de 2009

Razones

Matar le sienta bien al cuerpo, es como si se llenase de vida otra vez. Vuelve a notar la sangre en sus manos y la cara vuelve a su color natural. Camina acompañado de frío y seguridad. Otra vez sin tabaco y con ganas de fumar. "No hay que caer en el exceso, el cáncer mata. Y ya se sabe, quien mata a un asesino..." Otra vez ni una sola mancha, nada que haga sospechar.

Mientras arrastra los pies por el suelo recuerda los ojos de la muchacha, su olor y su acento al hablar. Le gustaba. Cuando esas manos de largos dedos cayeron inertes, cuando el pelo dejó de tener el brillo y la vida que a ella le sentaba tan bien... en ese momento se permitió sonreir. "Tiene gracia que mate por matar, que no mate por gusto sino porque quien de verdad se lo merece, por suerte o por desgracia, no quiera dejarse morir." Abrigo negro y vaqueros, zapatillas y sin sombrero. Se mojaba de las gotas que quedaban en los árboles y se tiraban encima de él, como testigos mudos de su obra recién acabada. "¿La encontrará alguien?", pero lo pensaba con miedo, no con el típico regocijo de asesino.

De repente una mano en el pecho, dos pechos frente a sus ojos en un insinuante escote, queriendo escapar. Una voz grave y poco armoniosa se colaba en su cabeza. Peluca rubia y ojos mal pintados que decían:
-Cariño, si tienes cincuenta euros mi amor, te dejo ser hoy el más feliz del mundo. Tengo frío y quiero sentir tu calor, cariño.- Le hubiera gustado echarle el humo de un cigarro en la cara, haber podido reirse en sus labios mal pintados y escupir los tacones de serpiente. Pero le gustaba considerarse un caballero, un hombre educado.
- Lo siento, no tengo cambio.- y siguió su camino dejando tras de sí una larga retaíla de insultos. No pagaba por sexo, no mataba por vicio, no fumaba por gusto. Todo era culpa de algo. Él era culpa de alguien.

domingo, 6 de diciembre de 2009

Tabaco

- ¿Sabe?, a mí el café no es que me haga mucha gracia, soy más de colacado. ¿Se sabe la canción? ¡Colacado, desayuno...!- Él levantó la mirada de su taza, posando sus ojos verdes en el iris del mismo color de la muchacha. Sin articular palabra, sin un gesto brusco ni nada que denotase su impaciencia y su inquietud interior, la hizo callar.
Le gustaba el café muy caliente y con poca azúcar. A ella no parecía gustarle que quemase por los pequeños sorbitos que daba y la cara de dolor que ponía. Por el rabillo del ojo no dejaba de mirarla, era graciosa; de proporciones perfectas y más guapa que muchas de las que había visto. Mezcla perfecta de dulce y salado. "Tengo que comprar tabaco, hay que hacer las cosas bien. Un paquete nuevo y un mechero, un paseo y cuando nadie mire..." Y no puedo contener su sonrisa.

-¿Fumas?- pregunto él, mirando sus piernas, con la sonrisa todavía en la boca. Ella tuvo que notar algo raro, porque en seguida cambió de postura y negó con la cabeza. -Acompáñame, que voy a por tabaco.
Ahora sí sentía miedo, ese tipo no le daba buena espina, lo había notado desde el principio. El miedo le impidió quedarse allí sentada; también le impedía correr. Sumisa y amable le siguió por las escaleras. Con la vista fija en su espalda, en su largo abrigo negro y su pelo castaño. Era más fuerte que ella. Y en cierto modo parecía un caballero.

Anduvieron largo rato uno detrás del otro, sin hablarse, sin hacerse compañía. El paso decidido del individuo de negro la seguía poniendo nerviosa. Lanzaba miradas fugaces a la gente, y nadie en la calle parecía notar lo raro y la mala espina que a ella le transmitía.Por debajo del puente, a la orilla del río, él se paró. Metió una mano en su bolsillo derecho y rebuscó algo. Cuando parecía haberlo encontrado se dirigío a ella con voz amable y melodiosa:
-Cierra los ojos, es una sorpresa. No, no tengas miedo, no te voy a hacer daño.- "Daño no, será rápido" pensó.- Las muchachas como tú merecen regalos, merecen el mundo a sus pies y estar siempre rodeadas de cariño. Cierra los ojos bonita, verás que larga y bonita está la noche hoy para ti.

Un casi inaudible golpe en la nuca, las manos curtidas sobre su cuello de cisne; el pelo metódicamente apartado a un lado y los ojos cerrados en lo que sería su último sueño. Nunca le había fallado su Colt, ni su culata; no era de disparar. Mechero, humo y nicotina. Su libertad, su paz. "Alenne..." decía mientras dibujaba su primera gota en el cuello de esa preciosa morena.