miércoles, 2 de diciembre de 2009

Su primer último aliento

"Delicioso" Decía mientras intentaba colar sus palabras entre las "oes" formadas por el humo. Su postura en la silla daba a entender que se sentía agusto: la pierna derecha encima de la izquierda, formando un ángulo recto, una mano sobre la rodilla más elevada y el culo echado hacia delante. Antes de tirar el séptimo cigarrillo en media hora se agachó sobre el cuerpo. La séptima quemadura post mortem, la última gota de sangre quemada sobre el cuerpo inerte. Le gustaba considerarse un artista en su trabajo, nada de juegos fáciles; siempre innovando. Nunca tatuaba en el mismo sitio, ahora tocaba en las mejillas. Parecía que la muerta lloraba de verdad: los ojos cerrados y la boca en una mueca forzada de dolor. Su cuerpo estaba ya frío, las piernas estiradas simulando una posición normal, las manos sobre el pecho y el pelo alborotado.

Cerró la puerta con cuidado, dejándolo todo en su sitio. Bajó las escaleras de los cuatro pisos volando, de cinco en cinco los escalones girando los rellanos con uan mano en la barandilla y los pies en el aire. Silbaba para sus adentros las canciones que le servían para conseguir la paz interior que tanto ansiaba. En el portal se subió la bufanda, metió los puños cerrados en los bolsillos del pantalón y se puso a andar. A una distancia considerable regaló su paquete de tabaco a alguien que le pidió un cigarrillo. Sólo fumaba para matar, y luego siempre lo regalaba; costumbre. En sus ojos seguía manteniendo viva la expresión de aquella muchacha cuando se dió cuenta de lo que pasaba, cuando vió los ojos verdes de él sobre lso suyos marrones. No se permitía sonreir, no podía mostrar emoción alguna, era un profesional que trabajaba solo. "¿Cuánto tardarán en llamar a la policía?" Estaba ansioso. La primera vez que lo hacía, y la primera vez no siempre duele. Estaba satisfecho de su trabajo, de su control de la situación.

En realidad su crímen era por amor y por odio. A partes iguales. La culpa la tenía la muchacha, por su físico; nadie le mandaba parecerse tanto a su Alenne. Buena terapia había encontrado, buena seña de identidad sus siete gotas de sangre. Siete, el número mágico. Seis las que quedaban vivas, sin saber qué, quién, cómo o cuándo él las elegiría. Con los dedos recorría el frasco de cristal con las verdaderas siete gotas arrancadas de su cuerpo cuando estaba todavía con vida. De la lengua. "He besado muchas bocas, pero ninguna habla mi lengua" Y ella tampoco, y por no arrancarle su vida y sus siete gotas, Alenne seguía viva. Era un asesino cobarde.

Abrío la puerta de su casa, tocaba dormir. Música de fondo y en paz. "No ha sido mal día, en realidad era preciosa. Me alegro de haber tenido su último aliento en mi botella, de haber visto apagarse esos ojos castaños. Buenas noches, como quiera que te llamases, hoy dormiremos juntos"

2 comentarios:

  1. Espero disfrutar de tu creatividad.

    Un saludo

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  2. Los seguirás verdad?
    Porque es muy interesante!!

    Qué bien que haya escritores en clase! ^^

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